EL QUIJOTE 2010 - POR LA PATRIA - NOTICIAS - VIDEOS - PPS
  El Blog de Cabildo
 


5 de Septiembre de 2012
Mirando pasar los hechos
CARTA A MONSEÑOR PANCHAMPLA
Buenos Aires, 30 de Agosto de 2012

Excelencia Reverendísima:
Conociendo por antiguas lecturas que V.E. sería uno de los principales pastores de estos últimos tiempos, me dirijo respetuosamente en servicio a la verdad sobre una cuestión delicada. La sección Enfoques de “La Nación” (5.8.12) ha deslizado una alusión al Cardenal Arzobispo de Buenos Aires, que reafirma nocivas confusiones instaladas desde hace tiempo.
Destaca el diario que el nuevo presidente del Episcopado representa “el avance de un moderado”; y que “tal vez por eso la presidenta no se demoró mucho en recibirlo”. Lo cual de rebote lo deja al antecesor como protagonista de actitudes desmesuradas, perjudicando el diálogo con el Gobierno. Algo tan inexacto e imaginario como entender que la habilidad del flamante sucesor impedirá la concreción del nuevo Código Civil.
Para demostrar el error aludido, solamente bastaría recordar los siguientes hechos demostrativos de la extraordinaria mesura del Primado:
Por Decreto N° 1086/05 el Gobierno estableció el extenso y minucioso plan —vigente— contra la religión y la moral: Sin rechazo.
El obelisco de la Ciudad de Buenos Aires —sede del Arzobispado— fue recubierto simbólicamente con un enorme preservativo: Sin reclamos.
Los homosexuales atacaron la Catedral de Buenos Aires, siendo defendida por un grupo de católicos que fueron desautorizados como fundamentalistas.
Las “Madres de Plaza de Mayo” ocuparon la Catedral, según se supo instalando dentro del templo un urinario: Sin condena ni desagravio.
En una celebración presidida por el Cardenal en la Catedral, participaron huestes piqueteras: con su anuencia.
En una conmemoración ideológica en la iglesia de San Patricio, el jefe de Estado y el Purpurado se saludaron estrechándose las manos frente al altar: “Vine a compartir un oficio religioso. Nunca tuve una mala relación con la Iglesia”, aseguró el primer mandatario al salir del templo (consigna ZENIT.org-Aica -12.4.06)…
Con lo que está todo dicho y absolutamente rebatidos los enfoques tendenciosos que intentan mostrarlo al señor Cardenal como un vehemente adalid. Pero a mayor y definitivo abundamiento, está la biografía —por momentos autobiográfica— titulada “El Jesuita”, donde queda certificada la extrema anchura ideológica y espiritual del Cardenal Primado.
Con este motivo reitero mis respetuosos saludos a Vuestra Excelencia.
Casimiro Conasco

3 de Septiembre de 2012
Cartas
COMO SE PIDE

Hemos recibido esta carta con pedido de publicación;
y eso hacemos.

Señor Director:
Se han cumplido ya cien años del nacimiento de Marcelo Sánchez Sorondo y pocos meses antes de celebrar su siglo de vida, tuvimos que lamentar su muerte. Su desaparición es una baja que ha sufrido el conjunto del nacionalismo argentino y al respecto creo que hay algo más que decir ante el mezquino tratamiento que de este aniversario han hecho los medios de prensa, y quisiera exponerlo como un testimonio para mí insoslayable, ya que lo estoy viendo en lo alto de la escalera de acceso al hall de la casona en que funcionaba el Círculo del Plata en Bolivar al 800, cada jueves a la hora del puchero del medio dia, para encabezar esos almuerzos inolvidables para mí y los centenares de camaradas y amigos que necesitaban escuchar la prosa política que nos leia a los postres, con sus apreciaciones sobre la actualidad del país.
En esos años lo vi rechazar en dos oportunidades el alto honor de representar a la República en el exterior, cargo que le ofrecieran el presidente Illia en 1964 y el presidente Ongania en 1966. Se quedó en Buenos Aires escribiendo y dirigiendo el semanario "Azul y Blanco", el valiente y siempre recordado medio de difusión del nacionalismo. Esta actitud lo llevó a padecer una doble injusticia, ya que le clausuraron dos veces el semanario y hasta estuvo preso otras tantas en l968-69. Estas cárceles y clausuras le dieron en su momento una transitoria repercusión y lo vincularon a acuerdos como el que en 1973 culminó con su candidatura a senador nacional por la Capital, acompañado como candidato a senador suplente por José María Rosa.
Perdimos en las elecciones complementarias de abril de 1973, y este luchador volvió a los almuerzos de los mediodias en el club político que presidía, acompañado por amigos de toda la vida. Siguió así tratando de unir y servir, sin medrar ni buscar falsos refugios ni honores transitorios. Siguió dando testimonio, como lo venía haciendo desde 1956, cuando al fundar "Azul y Blanco" como periódico y como movimiento le marcó a la mal denominada Revolución Libertadora sus arbitrariedades y desvíos. Con los años se fue debilitando su memoria, pero sigue en la memoria de cuantos lo conocimos y respetamos.
ARTURO PELLET LASTRA

2 de Septiembre de 2012
Sanmartinianas
CARTA ABIERTA

Buenos Aires, 28 de Agosto de 2012
Al Señor General
Don José de San Martín
Mi General:

Acabo de ver una imagen que me decide al comentario de lo que pasa. Sobre cosas que tal vez ya preveía Usted, al conocer las contingencias de los grandes ideales desde la pertinente espera del descanso eterno. Me imagino ahora su indignación al mirar cómo la hez llegada de los basurales del mundo, ha concertado la usurpación de la Patria para hacer una “Nueva Argentina”. Pervirtiendo las Instituciones, con exaltación del delito, la droga y la degeneración sexual; hasta retorcer la naturaleza y graznar blasfemias. ¡Cómo le habrá caído a Ud., mi General!... que ni pudo imaginar un juez invertido y mandaba horadar la lengua del blasfemo con un hierro candente*.
Descuento su sobresalto mi General, frente a esta aniquilación del país, y la bronca que le darían los generales y sus pares —bobos, flojos o fallutos— que lo dejaron postrar tragándose la fábula de la “Democracia” (ya mafiocracia). Hasta el punto que una marioneta procaz ocupe el Sillón de aquel rival histórico; obviamente manejada por el poderoso enemigo bien conocido.
Por este camino curiosamente vuelvo al origen de la misiva: Acabo de ver a uno de los Granaderos suyos (mil perdones) bailando a saltitos y cantando rock, nada menos que con el sujeto que Polichinela colocó a su lado para gobernar juntos. No ensucio el papel nombrándolo: un mamarracho complicado en múltiples ilícitos, pero siempre sonriente, descarado sin vergüenza, rulos al viento y la última querida de la mano. En fin mi General, hace poco le oímos a un agudo observador que de esto solamente nos libra un milagro. Entonces me atrevo a pedirle —como Padre de la Patria en el empíreo— que implore la Suprema intercesión como lo hiciera en la campaña de Los Andes.
Respetuosamente, suscribiéndome con honor soldado raso,
Casimiro Conasco
* “Leyes Penales del Ejército de los Andes”.

25 de Agosto de 2012
Recordatorios
VIEJOS CAMARADAS

La Plata, último lustro de la década de 1950. Años magníficos, vitales: lo mejor de nuestra vida. La noche que no teníamos que meter panfletos por debajo de las puertas, denunciando la entrega del petróleo a la Standard Oil, debíamos ir a cuidar algún convento o colegio amenazados, siempre que no estuviéramos detenidos en alguna comisaría.
El tirano demagogo, quien antes había empobrecido a la Argentina malbaratando con Gran Bretaña nuestro saldo pecuario exportable, para lo cual había tenido que imponer un régimen policíaco, ahora había sumado la enajenación de los hidrocarburos de la Patagonia a los Rockefeller y el ataque criminal a la Iglesia. “¡Cristo Vence!” fue el lema de nuestra respuesta, que se abrió camino entre la población como no lo había podido hacer la propaganda de los opositores liberal-socialistas.
“¡Cristo vence!”. En la procesión-manifestación de Corpus Christi. Para enterarnos por los diarios del día siguiente que supuestamente nosotros habíamos quemado la bandera nacional para entronizar en su lugar la pontificia. ¡Lo que le faltaba al tirano! Además de la mentira aviesa, el delito de lesa patria; puesto que a poco andar se conocieron los nombres de los comisarios de la Policía Federal que, por orden de Gamboa y Borlenghi habían ordenado y ejecutado la incineración del pabellón nacional. No importa. “¡Cristo Vence!”
Junto a los aviadores navales y aeronáuticos, que desagraviaban a la bandera, los comandos civiles peleamos en la calle a los sicarios del tirano. Luchamos y perdimos.
Y por la noche, el Gobierno, para continuar con su vocación ígnea, quemó los templos del centro de la Capital. Todos duplicamos la apuesta. “Cinco por uno”. Y al promediar setiembre, a las puertas de la primavera, nos sumergimos en la muchedumbre que aclamó la presencia del General Eduardo Lonardi en la Plaza de Mayo. Fue una gloria. La describió con su pluma impar nuestro amigo Jorge Vocos Lescano: “y vino el tiempo, y en el tiempo, el día. / Desde Córdoba, sí con las campanas. / Quemando el viento con su algarabía. / Partió aquel grito hacia las más lejanas / fronteras, aquel grito que el estuario / puso al tope de todas las mesanas”.
Nos duró poco, claro. Lo suficiente como para que lo recordemos hasta el día de hoy. Luego: “Renacieron la ira, la querella. / Nada aprendimos del ayer funesto. / De nuevo se nos fue la buena estrella”.
Pasaron los lustros, las décadas. Se cumplió, se cumple, lo que nuestro incomparable maestro Don Julio Irazusta había pronosticado y descrito como la “ley de bronce de la historia argentina”. O sea: que acá cada gobierno es peor que el anterior, al punto de hacerlo añorar. Entonces, como Jorge concluíamos: “De nuevo estamos, patria mía, en esto. / Tú, separada, sola, suplantada. / Yo, como siempre, tuyo y en mi puesto”.
“Yo”, que fuimos nosotros, aquellos muchachos del cincuenta y cinco en la Universidad de La Plata. Ninguno agachó el lomo. Ninguno justificó lo injustificable. Ninguno arrió la bandera. Fuimos fieles a nuestras fidelidades: Dios, la Patria, la Familia. Proseguimos en nuestro puesto, en exilio interior. Para poder repetir con Ernesto Palacio: “Yo a una quimera más alta me aferro: / quiero una vida de amor y de lucha, / coraje y fervor, luz y hierro”.
Empobrecidos, cual esa luminaria intelectual que fuera nuestro amigo Víctor Gallegos, quien siendo graduado de Filosofía e Historia, tenía que ganarse la vida desempeñándose como portero en un colegio privado. O Alberto Tolosa, abogado, quien vendía alcucinas a domicilio. O De Pamphillis, quien, como otros amigos tenía que trabajar en el Armour o en el Swift de Berisso, porque allí era el único sitio laboral donde no exigían la afiliación al partido del Gobierno. O el gran pintor, el “Puma” Barbieri, quien en las playas de faenamiento de los frigoríficos se pescó la tisis que pronto lo llevó a la tumba. Exonerados de sus empleos públicos, como Martirián Faura Videla, por no haber querido ponerse el luto regiminoso. Los recuerdo, entre tantos, porque hoy hay gente que cree que aquel régimen no era tan despótico.
Crecimos, nos recibimos y nos fuimos de La Plata. Cada uno a su lugar. No nos veíamos por años. Pero desde Jujuy (con los Pereyra) a Salta (con Manolo López), a Tucumán (con Eiizondo y Molina), a San Juan (con el “Negro” Carrizo), a Catamarca (con los Leguizamón), a Corrientes (con Ranalleti), a Paraná (con los Núñez), a Mar del Plata (con Falcón y Verdi) y hasta Río Grande de Tierra del Fuego (con Withaus) —perdón si me olvido de algunos—, por toda la extensión del país, digo, sabíamos que allí estábamos. Apostados como centinelas. Nos silbábamos, y ya estábamos en sintonía. Para padecer juntos espiritualmente la suerte, la negra suerte, de la nación que nos había parido.
Claro que en ciertos lugares pudieron afincarse núcleos cuyos integrantes se animaban unos a otros. Uno, en San Rafael, Mendoza, con Francisco Navarro como líder. Otro, en la misma La Plata, con Horacio Aragón y Rubén Ruiz de Galarreta, como referentes obligados. En esas dos ciudades desenvolvieron sus vidas los amigos que hoy quiero memorar.
En La Plata estudió, se casó y trabajó en la justicia el abogado jujeño Octavio Agustín Sequeiros, el “Pato” Sequeiros, para todo el mundo. Uno puede tener una idea más o menos abstracta de lo que es un erudito; pero había que haber conocido al “Pato” para ver encarnada en una persona aquella cualidad. El “Pato” dominaba las lenguas vivas y muertas (no sé si el sánscrito escapaba a sus dominios, pero las otras seguro que no).
Luego de leídos los clásicos bajo la dirección del profesor Carlos Disandro, abordó las literaturas modernas, la filosofía, la historia, la política y, en sus ratos perdidos, profundizó la Teología.
Todo eso bien asimilado y pasado por el jocoso matiz personal, que jamás perdonaba un chiste si podía intercalarlo, aunque estuviera considerando el Tratado de la Buena Muerte de San Francisco de Sales. Sólo la particular bonhomía del Padre Alfredo Sáenz podía dar el visto bueno a sus artículos para Gladius, plagados de bromas e ironías.
Si no hubiera escatimado sus escritos, hoy sería otro Chesterton. Y si alguien cree que exagero, que trate de leer las notas con que tradujo los últimos artículos de Solzhenitsyn y verá. Un lujo para la cultura de este país. Es que este petiso, delgado, chiquitito, valía por mil. Predicó y practicó como pocos la caridad de la verdad, dando guascazos a quien se lo merecía, conforme a la norma de San Agustín, de intransigencia con el error y de bondad con el equivocado.
Sequeiros se nos ha ido; dejando eso sí, una huella imborrable. Quien quiera ser un intelectual en serio tiene que ser como el bromista incorregible de Sequeiros. Un espejo límpido, como su alma de niño, que de seguro Dios habrá acogido en su seno.
En San Rafael vivió y fundó su familia el ingeniero Ángel Luis M. Salvat, a quien yo me atrevo a llamar “el apóstol de los contratistas”.
Miguelito, con su guitarra adosada al cuerpo, con su ruinoso portafolio cargado de libros nacionalistas y cristianos, para vender de modo ambulante ente la gente más sencilla del campo sanrafaelino. Miguel fundó en La Plata un departamento que se apodó, con chapa y todo, “El polvorín”, imaginen ustedes por qué.
Desde aquella época cultivó la amistad de los Padres Julio Meinvielle y Leonardo Castellani, por quienes tuvo devoción filial, y hasta les compuso una zamba, creo. De familia navarra, neto, cabal, frontal, de los que llaman al pan, pan y al vino, vino, humilde, sonriente, Miguel fue un santo varón como para edificar moralmente al más escéptico. Fue delegado de las aguas del río Diamante, y en su curso conoció y asistió a cientos de pequeños medieros (contratistas) a los que asistió con su clara enseñanza acerca de la ortodoxia religiosa y del bien de la patria.
Dio ejemplo de pobreza y de honestidad. Se anotó en todas las empresas políticas nacionales, sin pretensiones de dirigente. Siempre listo, ahí estaba Miguel con su guitarra. Con la cual, a cuestas, supongo, ahora habrá entrado a integrar el coro celestial.
Ha pasado el tiempo, crueles los años, dura la experiencia del largo camino. Pero aún hoy, aquellos muchachos del cincuenta, los vivos y los muertos, oportuna o inoportunamente, volvemos a pintar una cruz sobre una V azul y blanca y a gritar: “¡Cristo vence!”
¡Hasta pronto, viejos camaradas!
Enrique Díaz Araujo



22 de Agosto de 2012
Nuevo Orden
¿QUÉ SOY?

“No terminan de asombrarnos,
y es tan grande el desatino”
(Tango “Argentina Primer Mundo”,
de Eladia Blázquez)

Conviene recordar la definición de estrategia del General André Beaufre en su “Introducción a la Estrategia”:
“Es la dialéctica de las voluntades que emplean la fuerza para resolver sus conflictos”; y conviene tener asimismo una idea clara de lo que la palabra fuerza significa: no sólo la capacidad física, sino también, y en grado eminente, la psicológica, para doblegar insidiosamente la voluntad del adversario, en particular si se la ejerce en forma permanente.
La Guerra Cultural es hoy la primera responsable de ejecutar esta estrategia, siendo su principal objetivo imponer una Cultura de la Decadencia, sin Orden Natural ni espíritu de resistencia al caos. Su objetivo, en suma, es destruir todo cuanto pueda generarle reacciones.
Una sociedad o una nación, al ser destruidas de este modo, es difícil que puedan mantener su identidad. Por ese motivo Richard Gardner, en el mes de abril de 1974, en el “Foreing Affairs”, órgano oficial del Council on Foreing Affairs, decía: “de ese modo llegaremos a poner fin a las soberanías nacionales, corroyéndolas pedazo a pedazo”. Arturo Jauretche lo graficó en su “Manual de Zonceras Argentinas” (1968) transcribiendo el dicho popular “Mama, haceme grande, que zonzo me vengo solo”, lo cual constituye para él otra zoncera, porque ocurre a la inversa: “nos hacen zonzos para que no nos vengamos grandes”.
Y qué cosa más útil para destruir la identidad global de una nación que destruir la identidad de cada uno de sus habitantes; y para esto qué mejor que destruir su origen. “El hombre que no tiene historia no tiene identidad”, decía Juan Pablo II.
Por su parte, en “Historia como Sistema”, dice Ortega y Gasset: “Indemostrada como está la tesis evolucionista, cabe decir que el tigre de hoy no es más ni menos tigre que el de hace mil años. Pero el individuo humano no estrena la humanidad. De aquí que su humanidad, la que en él comienza a desarrollarse, parte de otra que ya se desarrolló y llegó a su culminación, en suma, acumula a su humanidad un modo de ser hombre ya forjado, que él no tiene que inventar, sino simplemente instalarse en él, partir de él para su individual desarrollo”.
Salvando las diferencias, esto ya lo saben las monas, que no abandonan a sus crías hasta al menos los cuatro años, cuando ya pueden defenderse. Pero revolución cultural mediante, el asunto es que ahora, según el proyecto de reforma del Código Civil, los cónyuges —que ya no serán hombre y mujer, sino “contrayentes”— tampoco llamados padre y madre, sino “relaciones filiatorias”, “no estarán obligados a vivir bajo un mismo techo”, de tal manera que los hijos podrían fácilmente no recibir esa herencia experiencial. Estamos peor que los animales.
A su vez, Hilaire Belloc en “Las Grandes Herejías”, hace ya un rato (murió en 1953), en el capítulo dedicado a lo que él llamó el ataque moderno, decía que, a falta de mejor definición, él creía que la manifestación del Anticristo consistirá en “un asalto en masa contra la Fe, contra la existencia misma de la Fe. Y el enemigo que ahora avanza contra nosotros está cada vez más conciente del hecho de que no puede haber cuestión de neutralidad […]. La batalla se libra en una línea definida de ruptura y resultará en la supervivencia o la destrucción de la Iglesia Católica. Y de toda su filosofía, no de una parte de ella”.
Se trata de una fuerza “fundamentalmente materialista”, “materialista en su concepción de la historia y fundamentalmente en todos sus proyectos de reforma social”.
Si volvemos nuevamente sobre la precitada reforma del Código Civil, veremos que Belloc no disparataba. La fidelidad y el respeto recíproco de los cónyuges han sido eliminadas.
Vale aclarar algo con respecto al término fidelidad. Como es sabido, proviene de fides, fe, y comprende:
a) fe en uno mismo, la que mantiene la autoestima y que al perderse casi asegura la infidelidad hacia otros; y
b) fe en otros: confiar y esperar en quien se deposita la confianza.
Regresando a Hilaire Belloc, éste continúa diciendo (hace mucho más de medio siglo, recordemos) que tenemos que juzgar este ataque materialista por sus frutos, los cuales, “aunque no maduros aún, son ya manifiestos”.
Y en principio considera que “los primeros frutos aparecen en la zona de la estructura social”, abarcando e implicando toda la naturaleza moral del hombre. “La crueldad será el fruto principal en el terreno social del ataque moderno, como la resurrección de la esclavitud será el fruto en el terreno social […]. No rige ya el concepto de que el hombre, como hombre, es algo sagrado. Esa misma fuerza que ignora la dignidad humana ignora también el sufrimiento humano”. Nadie se apiada de una cosa.
El tango invocado en nuestro epígrafe dice en otra parte: “si parece la utopía de un mamao”, no sin razón. Claro que entonces se refería a un personaje local, riojano él.
Pero el concepto se aplica principalmente a los que dan las órdenes. Por ejemplo, a James Warburg, quien en una declaración ante la Comisión del Senado Norteamericano Para Asuntos Exteriores, en 1945, expresó: “El gran interrogante de nuestro tiempo no es si el unimundo puede ser alcanzado o no, sino si el unimundo puede ser alcanzado por medios pacíficos o no. Nos guste o no, tendremos unimundo. El interrogante es sólo si mediante acuerdo pacífico o con violencia”. Utopista por la meta desmesurada —corredores detrás del viento, según Eclesiastés 1, 14 y s.s.— y mamados, no por un buen y noble vinito, sino por una ambición y soberbia sin fronteras.
Para recuperar nuestra identidad no creo que sea necesario, como postulan algunos, complicarse con comunidades adoradoras de dioses paganos, embotarse con músicas desenfrenadas o saturarse con drogas.
Tal vez alcance con preguntarse, de menor a mayor, ¿cuál es mi nombre?, ¿cuál es mi sexo?, ¿cuál es mi bandera?, ¿cuál es mi religión?, ¿estoy orgulloso de esto?
Y tal vez así, si alguna vez nos preguntan ¿eres un hombre o un ratón? no tengamos que tardar mucho para responder.
Luis Antonio Leyro


 
   
 
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